lunes, 30 de septiembre de 2013

Marcos Rodríguez Pantoja, el niño que vivió entre lobos.

"Marcos Rodríguez Pantoja"
 
Nació en Añora, un pueblecito de Sierra Morena, en Andalucía, en el año 1946. Pasó sus primeros años de vida entre penurias y dificultades, algo tristemente normal en la España rural de la postguerra, pero lo verdaderamente extraordinario de su vida llegó después, cuando con 7 años fue abandonado en Sierra Morena y pasó doce años criado y con la única compañía de los lobos.
 
Marcos era el menos de tres hermanos. Su madre Araceli murió. Su padre, Melchor, se juntó con otra mujer, se fueron a vivir al campo y entregó a unos parientes a sus dos hijos mayores. Marcos se quedó con el padre, y su madrastra que le obligaba a robar bellotas y cuidar cerdos, y sufría casi a diario los golpes y malos tratos que ésta le propinaba. Vivían en una choza levantada con palos y matojos. Eran piconeros: hacían carbón.
 
La difícil situación obligó a su padre a vender a Marcos por unas pocas pesetas a un anciano pastor en 1953, para que le ayudara a cuidar el rebaño de cabras. El anciano era un hombre salvaje que apenas intercambiaba unas palabras y la comida se limitaba muchas veces a un conejo que cazaba el hombre, le quitaba la piel, lo partía en dos y le daba la mitad a Marcos para que lo comiera crudo.
 
Pero el anciano desapareció a los pocos meses y Marcos quedó solo en plena sierra. Vivió durante un tiempo en una choza, pero luego se trasladó a una cueva donde se alimentaba de carne que cazaba de manera peculiar, se subía sobre un ciervo y lo golpeaba con un palo hasta matarlo, luego le quitaba la piel para abrigarse y comía su carne.
 
Los lobos no tardaron en aparecer y Marcos compartía la carne con ellos hasta que le aceptaron como uno más de la manada. Nada más cazar Marcos aullaba y los lobos acudían y poco a poco le acompañaban donde iba.
 
"Si yo lloraba se tiraban a mí dando saltos y me cogían lo brazos con la boca hasta que yo reía; luego, me señalaban el camino hasta la cueva de ellos, la lobera", contaba el propio Marcos.
 
Así pasó los 12 años siguientes hasta que un día la Guardia Civil le encontró con el cabello por la cintura y cubierto con pieles de venado. Su piel se había tornado morena y estaba cubierta de cicatrices. Sus pies estaban llenos de callos, pues andaba descalzo, y apenas sabía un puñado de palabras. Dicen que cuanto adquirió más vocabulario, le dio por repetir: "Yo, con mucho gusto, volvería".

 
Lo llevaron a casa de un cura donde lo bañaron, le enseñaron a usar los cubiertos para comer y el sacerdote decidió entregarlo a unas monjas en Madrid, que se hicieron cargo de él y le aplicaron un artilugio fabricado con dos tablas para corregir la desviación de columna que presentaba después de tantos años caminando encorvado.
 
"Al principio era criminal. era imposible aguantar tanto ruido, tanto jaleo. Era como un bicho que sueltan en la ciudad. Al principio tuve muchos problemas. Si tenia hambre me metía en un bar para comer. Pero no sabía que había que pagar y tuve un montón de conflictos", cuenta.
 
Poco tiempo después tuvo que hacer la mili. su adaptación se hizo insostenible. Y el coronel acabó entendiendo que un cuartel no era lugar idóneo para un individuo extravagante como aquél.
 
Marcos tiene hoy 67 años y una azarosa vida tras de sí que lo ha llevado por innumerables destinos en busca de trabajo, y cuando lo conseguía era condiciones precarias y muchas veces sin que le pagasen. Aún sigue sin comprender muchas cosas, pero ahora solo pierde el control cuando ve a alguien maltratar a un animal.
 
Desde hace varios años vive en un poblado cercano a Orense, donde fue contratado coo casero de un cortijo y es querido por sus vecinos. Al hablar de él, ni en su expresión ni en su atuendo hay nada que denote que nos encontramos ante <<el niño salvaje de Sierra Morena>>.
 
Aunque parezca mentira, Marcos nunca ha dejado de anhelar aquella vida salvaje en la naturaleza y algo que dice a menudo es: "Esta vida es más mala que aquella, pero mucho más".
 
 
 
Autora: Raquel Ortega 2º BCSB

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